Les comparto esta vez una historia personal de la cual aprendí mucho y quizás a quien la lea le ayude a reflexionar sobre nuestras creencias a la hora de encarar un proyecto. En mi caso me dí cuenta que es sumamente importante CREER EN LO INCREÍBLE.

Yo era un ingeniero de perfil técnico y solo creía en lo demostrable y mi lema, hasta que esto ocurrió, era “ver para creer”. Sin embargo, existió un hecho en La Posta (Un proyecto en el cual participé en el 2002 en Pampa de Achala Córdoba – El Hotel más Alto de la Provincia) que cambió mi vida para siempre y así fue como adopté un nuevo lema que es “creer para ver”.

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Durante la obra de reacondicionamiento del hotel era sumamente importante contar con una fuente de agua cerca del hotel para proveer al establecimiento de un caudal constante. Si bien el hotel contaba con la provisión intermitente de agua a través de un sistema de cañería que lo conectaba a un arroyo a 1 km, era imperante contar con una alternativa más confiable.

Asi fue que desde el equipo técnico integrado por cinco ingenieros decidimos contratar a un geólogo para que realice un estudio de los alrededores del hotel  con el objetivo de detectar en que punto específico podríamos hacer una perforación para extraer agua. El primer geólogo acudió de inmediato con libros, planos y curvas de nivel. Después de un riguroso estudio dictaminó que en los alrededores del hotel NO HABÍA POSIBILIDAD de extraer agua. Como  los ingenieros somos bastante cabezas duras y realmente necesitábamos para llevar a cabo el emprendimiento contar con una fuente cerca de agua, llamamos a otro geólogo para tener una segunda opinión. En este caso el nuevo geólogo hizo un estudio con computadoras y equipos de radiofrecuencia y el resultado fue rotundo: NO HABÍA CHANCES de que hubiese agua en la zona. No quedó otra posibilidad que hacer una reunión técnica entre los ingenieros para analizar si convocábamos a otro geólogo para una tercera opinión o si nos dábamos por vencidos.

Mi rostro en ese momento denotaba algo de frustración que se hizo evidente dado que un gaucho que colaboraba en la obra se acercó y me ofreció el dato de Don Tito Alanis, un viejo rabdomante de la zona. Los rabdomantes son las personas que tienen el don de encontrar agua u otros objetos utilizando una ramita de madera o una pequeña vara de cobre. Como ya estaba todo prácticamente perdido, más no se podía perder así que fui en busca de éste querido rabdomante que vivía a unos 80 km. del hotel.

De regreso al hotel Don Tito Alanis simplemente sacó de su bolsillo trasero una varita de mimbre y comenzó a caminar por las cercanías del hotel y, a menos de 10 metros de la puerta principal, la punta de la varita apuntaba a un único lugar en la tierra. Don Tito Alanis camino varias veces por ese lugar, se paró sobre él y dijo “Negrito, acá hay agua”. Nuestra cara de sorpresa y dudas no fue menor dado que al rato comenzó a zapatear sobre ese punto mágico como dando pasos sobre sí mismo y agregó “hay agua a 64 metros de profundidad”. El nivel de exactitud incrementó aún más nuestras dudas.

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 Al la mañana siguiente en otra reunión técnica teníamos que decidir que hacíamos, si le hacíamos caso a los geólogos que habían demostrado con diversos estudios que no había agua o a Don Tito que estaba convencido que a 64 metros de profundidad había una vertiente caudalosa. El riesgo de hacer una perforación y no encontrar agua era grande y muy costoso, dado que el metro de perforación estaba cerca de los 200 dólares. Sin embargo a pesar de ser ingenieros no perdimos la esperanza y decidimos arriesgarnos. Así fue que contratamos a una grúa perforadora que demoró casi tres días en llegar a los 63 metros, momento en el cual estábamos todos expectantes, esperando ver si los sueños le ganaban a la razón o viceversa.

Por fin llegaron los 64 metros pero lamentablemente no había agua. Comenzamos a querer aprender que a veces los sueños son solo sueños cuando el dueño de la grúa, mientras la manejaba nos grita que nos regalaba dos metros más de perforación, porque él también había creído en Don Tito Alanis, y cuando el gigante taladro llegó a los 66 metros comenzó a brotar agua de la perforación y lágrimas de mis ojos que no podía creer que nuestro deseo se había hecho realidad.

Aprendí a creer en lo increíble. A soñar con total libertad, sin más límites que el deseo. Me transformé, a partir de ese momento, en un ingeniero más emocional y entendí que los aspectos técnicos son importantes, pero que mucho más importante es creer en los sueños y actuar en consecuencia.